viernes, 19 de septiembre de 2008

En Bolivia se negocia la paz con las pistolas sobre la mesa

Más de 30.000 campesinos mantienen rodeada Santa Cruz

En Bolivia se negocia con la pistola sobre la mesa por mucho que el presidente Evo Morales hable de consenso. Por un lado, la oposición mantiene las principales oficinas oficiales de Santa Cruz tomadas, y por otro un ejército de campesinos armados con palos, machetes, y armas de fuego, marchan rumbo al bastión opositor. Mientras continúa el cerco a la ciudad, las reuniones se celebran a tiempo completo, a puerta cerrada y sin parar hasta que se concreten los pactos definitivos, aunque en estas condiciones será difícil llegar a buen puerto.
Sin embargo, Morales tira la piedra y esconde la mano. En esa calculada ambigüedad que le caracteriza -utiliza una imagen de víctima frente a sus colegas suramericanos mientras que instiga a la oposición mediante organizaciones sociales- el presidente volvió a mover ficha.
Ayer unos 5.000 campesinos seguían bloqueando el puente sobre el río Yapacaní, cien kilómetros al norte de Santa Cruz. Piden la devolución de las instituciones estatales tomadas por los autonomistas pero, sobre todo, presionan de cara a las negociaciones. Son el tridente de Morales.
Otras dos columnas procedentes de Cochabamba y Potosí rodean Santa Cruz. Son 30.000 campesinos que acampan con sus carpas, mientras pasan el tiempo bebiendo chicha y mascando coca. Los colores de sus ponchos delatan sus orígenes. Los últimos en llegar, unos 500 mineros procedentes de Oruro, agitan sus ondas mientras cantan. Otros limpian sus escopetas o afilan sus machetes. Si se les pregunta, aseguran que son simples herramientas de labriego, nunca utilizadas en combate. Dicen llevarlas para poder cazar mientras esperan órdenes de sus líderes.
A este respecto buscamos a la delegada del Gobierno, Gabriela Montaño. Una mujer endurecida por los años de lucha. Ha sufrido más de tres atentados con bomba, mientras que su familia es fruto de persecuciones. Una antigua doctora, a quien de los años ha ido afilando su rostro. Es temida por la oposición, que sabe que no le tiembla el pulso a la hora de dirigir a las organizaciones sociales.
Sin embargo, cuando le preguntamos «si el Gobierno moviliza a sus bases como arma arrojadiza», asegura que se tratan de manifestaciones espontáneas. «Lo que más duele a los cambas es que una de los suyos, una oriental, apoye a los indígenas», responde.
Ángel Sastre Enviado especial
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