lunes, 22 de septiembre de 2008

Entre la paz y la “ruandización”

En los últimos días, todos hemos sido testigos de los abominables efectos a los que puede conducirnos la irracionalidad política de nuestros dirigentes, nacionales y regionales. Y es importante reconocer que los hechos luctuosos que acaban de producirse, pudieron haber sido evitados, si oportunamente se buscaba la concertación que en apariencia hoy se busca.

Mientras escribimos esta nota, y ante los ojos de “facilitadores” y observadores bolivianos y extranjeros, las cúpulas de las dos partes en conflicto se encuentran sentadas en tres “mesas de diálogo”, tratando de arribar acuerdos sobre los temas políticos y económicos que han sido definidos como los más álgidos, para procurar la pacificación del país y lograr un pacto nacional promisorio.

Al mismo tiempo, se estima que al menos veinte mil hombres cercan Santa Cruz, en tanto que unos dos mil, portando centenas de armas de fuego, están a punto de llegar a la capital oriental, con el doble propósito manifiesto de “recuperar las instituciones del Estado” –que habían sido tomadas por el movimiento autonómico la anterior semana— y de “exigir la renuncia inmediata e irrevocable” del prefecto cruceño, Rubén Costas.

Esto es un verdadero contrasentido, y mucho más en la medida en que el Presidente de la República, y líder indiscutible de los movimientos sociales que hoy asedian Santa Cruz, ha expresado públicamente la necesidad de que TODOS suspendieran sus hostilidades para progresar en el diálogo.

Resulta poco creíble que el Presidente Morales no tuviera la autoridad necesaria para frenar esa marcha y terminar con ese cerco, que a todas luces es una provocación directa al pueblo cruceño, y por ende a la Media Luna.

Desde esa perspectiva, la esperanza de toda la nación (de que los acuerdos a los que pudiera llegarse en las mesas de diálogo sean verdaderamente fructíferos), pierde sustento y va diluyéndose frente a la desconfianza.

Desde el año 2006, decenas de periodistas y analistas políticos sin filiación partidaria alguna, hemos venido advirtiendo que el peligro que se cierne sobre el país es pavoroso, pero entre la tozudez del gobierno y los reiterados desaciertos de la oposición, las advertencias parecen caer siempre en saco roto.

De tal suerte que, si hasta hace un par de meses hablábamos del peligro de “balcanización” de Bolivia –aludiendo a la probabilidad de su desintegración, por la secesión de la Media Luna— ahora comienza a hablarse de su posible “ruandización”, a causa del creciente riesgo de eventuales fratricidios y genocidios, basados en odios y antipatías raciales y regionales.

Recordemos que en Ruanda, entre abril de 1994 y agosto de 1995, fueron exterminadas más de 800 mil personas de la etnia de los tutsis, en manos de los hutus radicales. Casi todas las mujeres sobrevivientes de la etnia tutsi fueron salvajemente violadas, y la mayoría de los cinco mil niños, nacidos como fruto de esas violaciones, fueron también asesinados.

Los sucesos espantosos que allí se vivieron no tienen cuento, pero debieran servir de advertencia acerca de la incontrolable amenaza que puede suscitar para un pueblo la exaltación de los odios etnográficos.

El discurso racista y revanchista del gobierno boliviano, en procura de sustentar y perpetuar irresponsablemente su poder, ha ido superando paulatinamente al ideológico, y es esta polarización étnica-racial la que mayor daño puede causar al país –también lo advertimos hasta el cansancio—; pues evidentemente Bolivia es un Estado multiétnico que hasta hace poco supo convivir pacíficamente (aunque nadie podría negar las injusticias que en todo este tiempo se cometieron, y la marginación de la que fueron objeto no sólo algunas minorías, sino también ciertas mayorías raciales).

Sin embargo, tampoco se puede negar que hoy el racismo ha cobrado un creciente vigor en los ánimos de la población de casi toda Bolivia, lo cual es, en sí mismo, doloroso e inaceptable.

Frente a estas difíciles circunstancias por las cuales hoy atravesamos, sería de esperar que Morales cumpliera, en primer lugar, con su responsabilidad de generar las condiciones propicias para el diálogo: aplacando la actitud belicista de sus bases y ordenando el repliegue inmediato de los “marchistas” que se dirigen hacia Santa Cruz, a fin de propiciar la plataforma mínima de credibilidad y confianza que se requiere para alcanzar un acuerdo eficaz.

Ya su poder ha sido demostrado y no hace falta que continúe exponiendo el garrote, porque en Pando vimos hasta qué punto se le puede ir de las manos a cualquiera “la administración de la violencia”.

Sería también necesario que entre los acuerdos que, se espera, pudiesen arribarse en este diálogo que ahora se realiza, los representantes del gobierno central, encabezados por Morales y García Linera, se comprometieran pública y formalmente a erradicar de su discurso político todas las alusiones racistas y las consignas revanchistas; pues esta es una cuestión que, aunque esté “fuera de agenda” en las negociaciones, y parezca un asunto secundario y meramente formal, está destrozando el tejido social más allá de lo que pueda hoy calcularse, lo cual traerá consecuencias no deseadas a la hora de reconstruirlo.

Es imprescindible que, de una vez por todas, el presidente, el vicepresidente y los dignatarios del Poder Ejecutivo, tomen consciencia de que son los principales responsables del futuro del país, y de que deben gobernar para todos los bolivianos. Su último triunfo electoral (en el revocatorio) y sus ventajas en este proceso de negociación, debieran ser suficiente estímulo para que asumieran con seriedad el compromiso al que todo esto los obliga.

La sangre de los setenta y tres muertos que produjo hasta el momento el difícil proceso político que vive el país, desde la asunción del MAS al gobierno, aunque pudo ser evitada, no puede haber sido derramada en vano. ¿O es que de verdad estamos predestinados a la desintegración y a la autodestrucción de Bolivia como Estado único, soberano e independiente?
Por: FRANCISCO RICO TORO RIVAS
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