No se debe olvidar nunca que el desfachatado militar retirado que aún tiene en sus manos el timón de la política venezolana, Hugo Chávez, alguna vez encabezó una asonada (“golpe”) militar contra las autoridades democráticas de su país.
Esa circunstancia -que terminó con el caribeño desairado y en la cárcel- evidencia obviamente su absoluta falta de convicción en los ideales democráticos. Que no ha cambiado, más allá de los disfraces y el uso inmoral de los petrodólares.
Hoy Chávez transita un camino bien distinto, pero con el mismo objetivo e idéntico destino. Procura claramente destruir la democracia, ahora desde su propio interior. No solo porque no cree en ella, sino porque, además, le teme.
Chávez trata de desmantelarla, deformando mañosamente -al máximo- sus instituciones esenciales; lo que supone demoler su esencia y aniquilar la defensa de las libertades y derechos que, como forma de gobierno, la democracia garantiza.
Por eso acaba de expulsar de “su” Venezuela (ruidosamente, como todo lo que hace) al Director para las Américas de la conocida organización no gubernamental: Human Rights Watch (HRW), entidad dedicada a la defensa real de los derechos humanos, que tiene presencia en más de setenta diferentes países.
Me refiero a José Miguel Vivanco, un chileno con buenos antecedentes en la materia y con el coraje necesario para llamar a las cosas por su nombre. Ha sido expulsado, como en Cuba, por el delito de opinión. Esto es por sus declaraciones públicas.
Dos “varas”, distintas
Para justificar su lamentable decisión, Chávez recurrió -increíblemente- a invocar el principio de la “no intromisión en los asuntos internos” de otro país.
Lo insólito es que Hugo Chávez es el gobernante latinoamericano que más ha violado públicamente ese mismo principio en toda la historia. Con el más absoluto desparpajo.
Uno de los ejemplos de esto es el drama que hoy sacude a Bolivia, hijo de la ingerencia directa de Hugo Chávez en los asuntos internos bolivianos, exteriorizado -inter alia- por la presencia visible de centenares de militares venezolanos que están estacionados en Bolivia, para vergüenza de las fuerzas armadas de este castigado país. Lo que ciertamente no se modifica con las recientes manifestaciones (tardías) del Comandante de las Fuerzas Armadas de Bolivia, Luis Trigo, que manifestó “indignación” por las “desafortunadas” declaraciones críticas de Chávez al accionar de la fuerza bajo su mando, rechazando de paso “la injerencia extranjera de cualquier tipo y venga de donde venga, en temas que son únicamente de competencia de los bolivianos”.
Ocurre que Chávez cree que hay dos pautas de conducta, obviamente esquizofrénicas. Una amplia para él. Y otra, restrictiva, para los demás. Chávez puede lo que niega a otros. Por esto el Presidente “Lula” del Brasil cuidó que UNASUR no comprara el evangelio de Chávez, ni abrazara su liturgia en la reciente conferencia de Santiago de Chile. Por esto también el buen Canciller de Chile, Alejandro Foxley, preocupado por la “conducta” del caribeño, señaló públicamente que “hay gente a la que le gusta el protagonismo”, y apuntando obviamente a Chávez, agregó que “el tono de Chávez no es el más propicio”. Tiene razón.
En otros escenarios, también cercanos, el Alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, pidió recientemente a Chávez “que se meta en sus asuntos internos, los de Venezuela” y lo acusó de ingerencia cuando dijera alegremente que los dirigentes de “la costa” ecuatoriana (hartos de Rafael Correa) buscan repetir el “separatismo” boliviano. Y Lino Oviedo, en Paraguay, pidió también a Chávez (que, dijo, “nos tiene acostumbrados a declaraciones que ofenden a nuestros gobernante”) “no interferir” en los asuntos internos de Paraguay.
Por todas partes protestas contra Chávez por su permanente ingerencia en asuntos que no son suyos. Esto es señal de amenazas a la paz y seguridad regionales y como tal debe de-codificarse. Lo que es grave.
Un reparto de petrodólares que ofende y corroe a la moral pública
Pese a todo, los petrodólares de Chávez siguen generando aplausos interesados. Automáticamente. En muchos rincones de nuestra región. Como los de nuestra propia Argentina. Los de un Néstor Kirchner (cada vez más cercado por el “pus” que aún fluye desde el interior de una de las muchas “valijas” de petrodólares que llegaran ilegalmente desde Caracas para financiar la campaña presidencial de su propia esposa, cuya legitimidad está ahora cuestionada) que no vaciló en caminar junto a Chávez en un inolvidable y tremendo papelón en la jungla colombiana.
Entre los aplausos que generan los petrodólares cabe recordar los de aquellas “jornadas” en la provincia de Córdoba a la que -invitados oficialmente- concurrieran pomposamente los dos gobernantes “menos demócratas” de la región: Fidel Castro y Hugo Chávez. Dos tiranos autoritarios que, de la mano, insultaron desde allí a medio mundo, como es su costumbre. Con el marco sonoro del aplauso -fácil y solícito- de la sospechosa concurrencia, magnificado en toda la región por el “eco milagroso” de Telesur, la agencia que -con dineros argentinos- transmite a toda hora desde Caracas la visión marxista de las cosas, reproducida sin descanso por los distintos canales “públicos” de televisión.
Para Chávez, decir la verdad acerca de lo que sucede en su país es difamar. Solo permite hablar para aplaudir, nunca para criticar.
La realidad venezolana
Ocurre que HRW presentó un informe que dice lo que muchos sabemos, al puntualizar el “desprecio” del presidente Chávez por los “derechos fundamentales” de su propio pueblo.
HRW denunció lo que es obvio. Que en Venezuela (como en Cuba) el Poder Judicial no es independiente, sino que está “al servicio” del régimen de Chávez. Paraíso particular que también procuran alcanzar Rafael Correa y Evo Morales, empeñados ambos en reformular las Constituciones de sus respectivos países con el propósito de diluir los equilibrios y defensas propias de la democracia. Por esto menos del 1% de los venezolanos dice confiar en sus jueces. Porque saben a quien responden.
En un detallado informe de casi trescientas páginas, HRW describe los hechos y realidades venezolanas.
Entre sus conclusiones describe al Tribunal Supremo venezolano, la máximo autoridad del poder judicial local, como un mero apéndice “títere” del Poder Ejecutivo. Sus doce jueces -designados todos “a dedo”, en el 2004- constituyen una “mayoría automática” que está siempre al servicio de los designios de Chávez. Horrible, como situación, para los muchos venezolanos amantes de la democracia, porque sus vidas y fortunas están en manos de un cada vez más ordinario Chávez, que detenta la suma del poder público.
Esto no es sino parte de lo que denunciara Vivanco en la conferencia de prensa en la que se hizo público el informe de HRW, cuando se refiriera al “debilitamiento sistemático y deliberado de las instituciones democráticas” de Venezuela.
Es el mismo Vivanco que, en su momento, criticara también a los Estados Unidos por sus errores en Guantánamo y a Colombia, por la existencia de los llamados “paramilitares”.
Un Vivanco coherente entonces que, con el coraje del caso, analizó en detalle, con toda crudeza y veracidad, la desgraciada realidad de lo que efectivamente es Chávez: un dictador más. Antes un autoritario con uniforme militar, hoy un totalitario vestido con una desvergonzada camisa colorada y con la boina del mismo color que sigue teniendo poderosas (aunque ahora bastante jaqueadas) “imitadoras” en nuestro propio rincón del mundo, que acompañan la boina roja con la no menos simbólica “kafiya” palestina. Dos mensajes en uno. Para luego disimularlos en un escenario en el que el vestuario es siempre deslumbrante. Una fenomenal contradicción que o es simplemente hija de una soberbia ignorancia o está destinada a confundir a propios y ajenos.
Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Fuente
Chapare, un reino de sangre y cocaina
Hace 3 días
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