Paros, bloqueos de carreteras, rechazo a la presencia del presidente Evo Morales en gran parte del territorio de Bolivia y una confrontacion radicalizada por sus intentos de imponer una Constitucion aprobada solo por su partido, es la realidad que vive el pais andino.
Frente a ella, nada parece servir para encontrar la salida que detenga la violencia creciente, producto de una confrontación que lleva ya demasiado tiempo.
Tarija, Pando, Beni, Santa Cruz y Chuquisaca, seis de los nueve departamentos en que está dividida políticamente Bolivia, son bastiones de la oposición a todo lo que signifique el gobierno de Evo Morales. Y, como podía anticiparse entonces, ni siquiera los referendos revocatorios celebrados en agosto pasado sirvieron para aclarar el panorama del cada vez más dividido país. Nada ha sido útil para despejar el futuro de una Bolivia que padece los embates del llamado Movimiento al Socialismo, MAS, cuyo propósito tiene todas las características de un totalitarismo estalinista.
Ahora, el decreto presidencial que convocaba al referendo sobre la Constitución cuyo texto fue aprobado de manera unilateral por el partido de Evo en una noche de noviembre de 2007, sólo atizó las confrontaciones. Ante la reacción no exenta de violencia y de tomas a oficinas de su gobierno en varias ciudades, el Presidente debió echar marcha atrás en su medida. Y le pasó la pelota al Congreso, de mayoría opositora, para que subsane la ilegalidad que quiso perpetrar el que debe ser el mandatario de todos los bolivianos y no de una fracción.
De esa manera, a dos años y tres meses de haber elegido al líder de los cocaleros como su presidente, Bolivia atraviesa el peor momento. El mandato que le entregó a Evo, propiciar un cambio para que haya más inclusión y menos injusticia, fue interpretado por éste como la oportunidad para imponer una ideología excluyente, que divide la sociedad boliviana y tiene a su país al borde de la fractura. Por supuesto, a ello ayuda el radicalismo intolerante que brota por todas partes, amenazando con una conflagración si no aparece una voz sensata.
Infortunadamente, los esfuerzos de la OEA por propiciar un diálogo, cayeron en oídos sordos. Y sólo queda la intervención de Hugo Chávez, que con su abultada chequera interviene en forma descarada en Bolivia, generando situaciones tan paradójicas como que el presidente Morales abandone su nación en momentos tan difíciles, para viajar a Irán a congraciarse con un país que poco o nada podrá aportarle. Pero cuyo régimen agradecerá su aporte en el esfuerzo por destruir "el imperialismo yanqui".
Por eso se explica que ahora Evo anuncie un posible golpe de Estado contra su gobierno, que no gobierna, porque se dedicó a dividir a Bolivia y genera conflictos entre los bolivianos, acostumbrados a resolver sus diferencias por medios pacíficos. Como dice el periódico El Diario, de La Paz, los hechos están "demostrando que el principio de autoridad se está perdiendo y se está soliviantando los ánimos de la gente, lo que puede originar un desborde social de funestas consecuencias, afectando tanto al Gobierno como a la oposición".
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Frente a ella, nada parece servir para encontrar la salida que detenga la violencia creciente, producto de una confrontación que lleva ya demasiado tiempo.
Tarija, Pando, Beni, Santa Cruz y Chuquisaca, seis de los nueve departamentos en que está dividida políticamente Bolivia, son bastiones de la oposición a todo lo que signifique el gobierno de Evo Morales. Y, como podía anticiparse entonces, ni siquiera los referendos revocatorios celebrados en agosto pasado sirvieron para aclarar el panorama del cada vez más dividido país. Nada ha sido útil para despejar el futuro de una Bolivia que padece los embates del llamado Movimiento al Socialismo, MAS, cuyo propósito tiene todas las características de un totalitarismo estalinista.
Ahora, el decreto presidencial que convocaba al referendo sobre la Constitución cuyo texto fue aprobado de manera unilateral por el partido de Evo en una noche de noviembre de 2007, sólo atizó las confrontaciones. Ante la reacción no exenta de violencia y de tomas a oficinas de su gobierno en varias ciudades, el Presidente debió echar marcha atrás en su medida. Y le pasó la pelota al Congreso, de mayoría opositora, para que subsane la ilegalidad que quiso perpetrar el que debe ser el mandatario de todos los bolivianos y no de una fracción.
De esa manera, a dos años y tres meses de haber elegido al líder de los cocaleros como su presidente, Bolivia atraviesa el peor momento. El mandato que le entregó a Evo, propiciar un cambio para que haya más inclusión y menos injusticia, fue interpretado por éste como la oportunidad para imponer una ideología excluyente, que divide la sociedad boliviana y tiene a su país al borde de la fractura. Por supuesto, a ello ayuda el radicalismo intolerante que brota por todas partes, amenazando con una conflagración si no aparece una voz sensata.
Infortunadamente, los esfuerzos de la OEA por propiciar un diálogo, cayeron en oídos sordos. Y sólo queda la intervención de Hugo Chávez, que con su abultada chequera interviene en forma descarada en Bolivia, generando situaciones tan paradójicas como que el presidente Morales abandone su nación en momentos tan difíciles, para viajar a Irán a congraciarse con un país que poco o nada podrá aportarle. Pero cuyo régimen agradecerá su aporte en el esfuerzo por destruir "el imperialismo yanqui".
Por eso se explica que ahora Evo anuncie un posible golpe de Estado contra su gobierno, que no gobierna, porque se dedicó a dividir a Bolivia y genera conflictos entre los bolivianos, acostumbrados a resolver sus diferencias por medios pacíficos. Como dice el periódico El Diario, de La Paz, los hechos están "demostrando que el principio de autoridad se está perdiendo y se está soliviantando los ánimos de la gente, lo que puede originar un desborde social de funestas consecuencias, afectando tanto al Gobierno como a la oposición".
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