viernes, 24 de octubre de 2008

La violencia como método de acción política

Es notorio que para el populismo boliviano ha llegado la hora decisiva. Su proyecto de constitución contiene, en efecto, una curiosa visión de país y representa un “proceso de cambio” que se pretende sacralizar, pese a su ostensible esencia antidemocrática. Con este designio, el oficialismo afirma que la reelección presidencial es “innegociable”. Y como para el MAS es innegociable su perpetuación en el poder, (Hitler pronosticaba que su Tercer Reich duraría mil años), cree en la posibilidad de su instalación eterna en el gobierno. Pero, cuando se da cuenta que crece la resistencia al autoritarismo, apela a la violencia.

La anunciada marcha encabezada por el presidente de la república y organizada y financiada por el gobierno del Movimiento al Socialismo está hoy cerca de La Paz. Los dirigentes de los llamados “movimientos sociales”, por sus propias declaraciones, muestran que están decididos a usar la violencia como método de acción política: Ya ayer, viernes 17 de octubre, en una información de prensa se decía: “La primera columna de la marcha que exige la aprobación de la ley de convocatoria al referéndum dirimidor y aprobatorio del nuevo texto constitucional llegará hoy a La Paz con el objetivo de cercar al Congreso…” Esta marcha entra así en la categoría de los bloqueos, las agresiones y el amedrentamiento a los ciudadanos, a los parlamentarios, a los periodistas, a los dirigentes cívicos y a los que no comparten lo que sostiene el oficialismo

En verdad, en el país hubo violencia recurrente. Pero creímos que habíamos logrado salir definitivamente de la barbarie política de gobiernos y partidos de distinta tendencia. Ingenuamente, creímos que, al votar, abandonábamos la brutalidad política. En realidad, la democracia de más de un cuarto de siglo, hacía pensar que no se podía reeditar en nuestro escenario político el abuso y, por supuesto, la violencia.

Otra ingenuidad fue creer que todo lo que surge de las urnas garantiza la vigencia de la democracia. En realidad, esto no siempre sucede. En nuestro país ya hubo de todo, precisamente en la época de la democracia: recortes de períodos presidenciales, renuncias forzadas, bloqueos, “guerras” como la del agua, alzamientos masivos y marchas que no son realmente manifestaciones pacíficas para mostrar insatisfacción o para exigir respeto a los derechos de los “marchistas”. Ahora, los populistas pretendidamente revolucionarios, acaban siendo títeres de su propia violencia.

Por supuesto que al oficialismo no le preocupa que haya violencia para arrancar acuerdos. Se conoce de su soberbia actitud: “Y qué. Si tenemos la mayoría –sustentada en el fraude electoral– hacemos lo que nos da la gana”.

Mientras tanto algunos, entre ellos el Defensor del Pueblo, dicen que se debe llegar a acuerdos, aun contrariando los principios de los protagonistas políticos, para evitar la violencia, cuando en realidad el peligro y la agresividad no provienen de los que sustentan principios, sino de los que procuran prevalecer por la fuerza, incluyendo al propio presidente de la república que alienta y comanda una marcha agresiva

El argumento de que hay que sacrificar la conciencia para eludir la violencia desatada por los otros, es inmoal y acomodaticio. Se abandona lo fundamental: preservar el derecho, la libertad y la justicia. Esta demanda para que se evite las acciones de fuerza debe dirigirse al oficialismo que, con su marcha, pretende intimidar a quienes expresan sus ideas. Nadie puede ser obligado a renunciar a una posición de principios. Queda claro que los parlamentarios y el pueblo requieren defensores auténticos.

Con la actual espiral de intolerancia que lleva al matonaje oficial, la democracia en Bolivia está agonizando.
por Marcelo Ostria Trigo
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