La invasión de Georgia es tal vez el último intento ruso de mantener la supremacía sobre sus ex dominados que anhelan más democracia y modernidad. O es el primer ensayo de retorno al poder hegemónico en la Europa del Siglo XXI y el retorno a la Guerra Fría. En cualquiera de los casos el objetivo es el mismo.
Vladimir Ras-Putin fue de la KGB a la presidencia de Rusia, y como no puede desprenderse del delicioso instrumento del poder, puso a un dócil Dmitry Medvedev en su lugar. Así como Boris Yeltsin le regaló el puesto, él hizo lo mismo con su sucesor, continuando con la tradición imperial que desde la época zarista se mantiene en Rusia.
Definir quién es el que tiene la razón en el violento conflicto bélico del Cáucaso es, para decir lo menos, motivo de discusión y de confusión. Por un lado está Osetia del Sur que se declaró república independiente en 1989, sin reconocimiento internacional, ni de Georgia. Se autodefine como étnicamente rusa, y está políticamente apoyada por Moscú, aunque aproximadamente 40 por ciento de su población es georgiana. Por otro lado está Georgia que supone ser dueña de Osetia desde 1922 cuando Stalin decidió que constituyera parte de ese estado. Hoy el presidente de Georgia Mikheil Saakashvili se esfuerza por integrarla a su democracia y no acepta su separación. El añejo concepto militar soviético de que se pueden perder vidas pero no se pueden perder territorios, porque estos son irrecuperables, está detrás del pensamiento de Putin y de Saakashvili.
Si los osetos fuesen los únicos habitantes de la ex Unión Soviética con población rusa entre sus compatriotas, el problema no dejaría de ser un hecho aislado. Pero el mismo conflicto étnico aunque sin explosión, se vive en Estonia, Lituania, Ucrania y otras repúblicas que se independizaron de Moscú después de la caída del Muro de Berlín. Los rusos están por todas partes y deberían adaptarse al medio en el que viven o deberían retornar a la madre patria. Pero como tienen un padre poderoso que no tiene miramientos en defenderlos e invadir cualquier estado contiguo, con la certeza de que nadie puede combatir contra él, la situación se torna escalofriante.
Rusia no sólo es la segunda potencia militar del mundo, sino que ahora se convirtió en el segundo productor de petróleo del planeta después de Arabia Saudí. Tiene armas, soldados y dinero. Cuando no tenía dinero y asistía de oyente a las reuniones del G8, era un manso corderito que asentía sin chistar a las decisiones de los grandes. Ahora las cartas cambiaron de mano. Su poderío militar-nuclear no tiene más rival que los Estados Unidos.
En un escenario más cercano, Latinoamérica está sufriendo dramáticos cambios políticos bajo la batuta y el dinero del Stalin bananero, que quiere hacer del subcontinente una copia de la ex Unión Soviética. El ridículo venezolano ya le dio su apoyo a Putin, que viene a ser como si un niño de tres años soporte al campeón de levantamiento de pesas en las olimpiadas. Más allá de la jocosidad que causa internacionalmente, Chávez tiene peso sobre la raquítica América Latina. Sus colaboradores gobiernan Brasil, Argentina, Ecuador, Paraguay, Nicaragua y Bolivia.
Es en este último que puede haber una secesión de los departamentos (provincias) orientales que conforman la Media Luna boliviana, que comprende la mitad del país. Sus habitantes son en su mayoría “cambas”, descendientes de españoles y criollos en general. Sin embargo con el auge económico que benefició a esa región, cientos de miles de “collas”, descendientes de indígenas quechuas y aimaras se mudaron a sus ciudades.
La situación en Bolivia es candente y podría derivar en una separación física, política y étnica de La Paz. ¿Cuál será la posición de Brasil y Argentina, que son los países colindantes con las regiones autonomistas, si hay un desprendimiento? ¿Y cuál será la actitud que asuman los mediolunenses desde el punto de vista étnico?
Lula tiene una cara moderada cuando se trata del Brasil, pero sigue siendo el mismo sindicalista extremista en relación al Cono Sur. Dijo, más de una vez, que Venezuela nunca tuvo mejor presidente que Chávez. La Kirchner depende y obedece al venezolano a quien le debe más de un vestidito, y Chávez no va a permitir que su peón boliviano, Evo Morales, se quede sin la región más rica del país y él pierda control sobre el corazón de Sudamérica.
Si Venezuela, Brasil y Argentina van a defender a Morales, el único que puede salvar a la Media Luna de una masacre es Estados Unidos, que tiene ingredientes mucho más importantes para cocinar en su olla como para involucrarse en un conflicto regional en el sur, y no le conviene pelearse con Brasil ni Argentina.
José Brechner
Fuente: diariodeamerica.com
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