Se había perdido la esperanza de que nos llegara algún signo ético de los gobiernos llamados de izquierda que más bien se inscriben en la genealogía del más rancio nacional socialismo cuyas características ya se conocen, salvo que en Venezuela, en lugar de pardas, las camisas son rojas, en Bolivia los ponchos de las milicias indigenistas son rojos y en lugar de socialismo, sería más correcto decir, nacional populismo .
Me refiero al hecho de que Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, se vio impedido de asistir a la toma de posesión de Fernando Lugo, presidente de Paraguay, a raíz de la protesta de organizaciones feministas paraguayas, dirigidas por Gloria Rubín, ministra de la Mujer del gobierno que asumía el poder. La recién nombrada ministro, le dio a escoger al sacerdote Fernando Lugo entre ella y Daniel Ortega; si éste asistía al acto, ella presentaba su renuncia.
La actitud de las feministas paraguayas, en particular de la ministra, se debió al caso de la hijastra de Daniel Ortega, Zoilamerica, quien lo denunció ante los tribunales por haberla violado y esclavizado sexualmente durante su infancia y adolescencia. La justicia nicaragüense que está en manos de las redes delincuentes que se comparten el poder en ese país, desestimó la denuncia, no por que Ortega se le considerara inocente, pues existían pruebas suficientes para demostrar su culpabilidad, sino por “prescripción del delito” dado el tiempo transcurrido. (sic)
Veremos si Fernando Lugo, mantiene su postura ética, aún después de que el petro-populista presidente de Venezuela permaneciera en el Paraguay ejerciendo su papel de petro-proxenetismo y le ofreciera “hasta la última gota de petróleo” a su colega paraguayo.
Independientemente de la postura que asuma en el futuro Fernando Lugo, no cabe duda que la ministra paraguaya realizó un acto, un acto en el sentido filosófico del término, lo que significa que ya nada volverá a ser como antes en materia de violencia contra la mujer. El precedente está creado; al igual que, tras el arresto de Pinochet en Londres, los dictadores ya no se sienten seguros viajando por el mundo, los delincuentes, culpables de violencia contra la mujer, tampoco podrán desplazarse impunemente por el mundo. Aunque la justicia se niegue a condenarlos, el sólo hecho de denunciarlos públicamente, ya es un castigo y una manera de hacer pedagogía ante la población. Ante los varones, para que desechen de su comportamiento el machismo y la misoginia. Ante las mujeres, para que no se eximan de denunciar públicamente cuando son víctimas de la violencia y del abuso sexual. Y por último, y no es lo menos importante, la sanción moral que significa denunciarlos públicamente.
Este tipo de denuncia debería alcanzar a un Evo Morales, que pese a su reputación de “buen salvaje”, no está excluido se convierta también en un delincuente que adhiera al club de los Daniel Ortega, pues el mismo se ha encargado de hacerlo público, como lo apunta la analista boliviana, Jimena Costa Benavides, citándolo: ´a tanta gente puedo manejar y no puedo dominar una mujer´ (discurso del 14 de febrero de 2006 en el Chapare); ´me gusta hacer llorar a las mujeres´ (video.aol.com/video-detail/evo-morales-me-gusta-hacer-llorar-a-las-mujeres/1291190293 - 66k); ´me voy a retirar en mi katu de coca, con mi quinceañera y mi charango´ (Discurso 15 de julio 2008). Confesando así sus instintos sádicos, además, admitiendo el delito pues una quinceañera es una menor de edad.
No cabe duda de que las feministas paraguayas, con su ministra a la cabeza, han actuado con la coherencia de quienes consideran que la ética forma parte de la política, ausencia lamentable en los gobernantes actuales ante el fenómeno del petro-populismo de Hugo Chávez. El contraste, entre el rigor de la ministra paraguaya y la actitud complaciente observada por la presidenta del Chile en relación al teniente coronel venezolano, que duró hasta el incidente con el rey Juan Carlos, originado con el objeto de boicotear la Cumbre Iberoamericana organizada por ella y que le hizo abrir los ojos. Ni que decir de la actitud de Celestina del Lula da Silva. Vale la pena recordar, que también fue una mujer, Ángela Merkel, canciller de Alemania, hasta ahora, el único@ mandatario@ que le ha dicho a Hugo Chávez que él no puede hablar en nombre de toda América Latina. Por cierto también, la señora Merkel puso en su lugar al presidente del Brasil, cuando este se propuso, como lo ha venido haciendo sistemáticamente, de ejercer de Celestino ante Chávez con el objeto de recomponer la relación entre el venezolano y la canciller, tras los insultos que el primero había proferido contra ésta última. La señora Merkel, al tiempo que le agradecía a Lula, le decía que “ella sabía defenderse sola, por lo que no necesitaba de su ayuda”.
Otro punto, y no el de menor importancia, revelador del comportamiento de la ministra paraguaya, Gloria Rubín, es el haber introducido lo femenino en el ejercicio del poder. Y no es que pretenda hacerme eco de un esencialismo femenino. Cuando menciono la pertinencia de lo femenino en el ejercicio del poder, me refiero al monopolio que ejerce la cultura masculina en la manera de ejercer el poder. Lo femenino en la cultura, siempre ha sido obliterado, se le ha relegado a lo clandestino, a lo marginal, al contrapoder. Cuando una mujer, desde un cargo de poder, antepone un asunto que la atañe como mujer y ello condiciona su presencia en un gobierno, está haciendo que lo femenino deje de ser clandestino, marginal, haciéndolo entrar de lleno en lo político. Desde el punto de vista simbólico es de un alcance insospechado, porque lo simbólico se encarna en lo cultural, que después de todo es lo que rige el comportamiento de los seres humanos.
Siempre me ha intrigado lo poco que las mujeres venezolanas se han expresado en tanto que mujeres, - de nuevo hago hincapié en que no pregono un esencialismo femenino - pues sólo mujeres podrían percibir la especificidad del fenómeno que representa el poder de Hugo Chávez en Venezuela. Los analistas y politólogos se han dedicado a determinar los rasgos estalinistas o fascistas del “proceso”, tratando de tipificarlo. No será desde una mirada masculina que se pueda percibir su especificidad, pues se trata de un fenómeno producto de un machismo patológico, cuya manera de expresarse adquiere rasgos obscenos. La característica del llamado socialismo del Siglo XXI es un machismo exacerbado. A tal punto que basta mirar el comportamiento de las mujeres líderes del movimiento: todas, sin excepción imitan de forma caricatural ese machismo exacerbado. Unas, mediante el lenguaje y el autoritarismo, otras, ejercen de pistoleras.
Las mujeres venezolanas que han estado a la cabeza de todas las protestas, que se mueven por todo el país organizando grupos cívicos, todavía no han sabido ocupar el puesto específico que les corresponde en la lucha en tanto que mujeres. Recuerdo cuando el teniente coronel insultó a Condoleeza Rice utilizando alusiones de tipo sexual y racial. Un comunicado de desagravio de mujeres venezolanas dirigido a la sub-secretaria de Estado, hubiese significado un gesto de autonomía política, al mismo tiempo que significaba un acto de desagravio hacia todas las mujeres. Cuando Daniel Ortega insultó en Caracas al movimiento estudiantil, además de las protestas de los partidos políticos que incluso llevaron el caso ante la OEA, si organizaciones de mujeres lo hubiesen declarado persona no grata por delincuente sexual, violador de una menor de edad, se le hubiese dado un carácter de juicio moral al repudio de su persona. Cuando Yon Goicoechea denuncia que lo han amenazado de violar a su madre y a su novia, en lo que es una expresión típica del sistema delincuencial característico del “Socialismo del Siglo XXI” venezolano, la denuncia de esa amenaza debería constituir un motivo para que las mujeres lancen una campaña de protesta.
Oponerse al comportamiento fascista del gobierno, no conlleva sólo desear un cambio de gobierno, significa también obrar por un cambio de mentalidad, de visión del mundo para detener el retroceso hacia el primitivismo.
Elizabeth Burgos
Fuente: analitica.com
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