lunes, 18 de agosto de 2008

Después del discurso

Que las cartas quedaban en posición más o menos similar a la que tenían el 09/08 fue una conclusión generalizada tras el discurso del presidente Evo Morales. No fue por nada parecido a los que solía pronunciar días antes. Daba una impresión de cautela. Todo eso inyectaba esperanzas a la posibilidad de un diálogo serio entre fuerzas en pugna: el gobierno y los prefectos, sin intermediación de los partidos políticos, a los que el viento se llevó. Pero esa impresión podría haber sido sólo un consuelo auditivo. Pues en el fondo parecía asomar el zorro con las viejas mañas. La palabra esperada ansiosamente esa noche era la del presidente Morales. En sus expresiones y en sus gestos estaban las claves de los días siguientes.

Pienso que el Presidente que apareció en los balcones del Palacio de Gobierno estaba frenado. ¿Por quién? Quizá por la realidad. Espero que ésta lo haya convencido, siquiera momentáneamente. Su proyecto no seduce a gran parte del país. Y está fuera del tiempo y del espacio. ¿Será que le pidió a alguno de sus asesores que le nombrase algún país que bajo el socialismo —o el socialismo indigenista— consiguió ingresar a la modernidad y que no tuvo respuesta? ¿O si es verdad que los de la escuadra de Coreas, Hong Kongs, Tailandias, Taiwanes e incluso emergentes como Vietnam (de hoy) y quizá tigres en gestación como Chile y Perú están a kilómetros de distancia de la bandera roja?

No vi un desmenuzamiento inmediato del discurso y por eso creo que días después muchos aún se preguntaban, ¿qué dijo?

Pues dijo que la jornada era “un día histórico” que permitirá “consolidar el proceso de cambio”. Y ¿en qué consiste ese proceso que se viene? Lo dijo claro: La “recuperación de los recursos naturales”. El concepto lo subrayó enseguida: “Este mandato del pueblo boliviano será respetado… será aplicado”. Entonces, a revisar la lista de empresas y ver qué queda por nacionalizar. Infelizmente, la experiencia no le ha enseñado. A estas alturas, las autoridades deberían saber que no se trata de expropiar, comprar o apoderarse de una concesión. Ese es apenas un paso. Después hay que construir. Y de construcción, tras la nueva política petrolera o minera, no hemos visto sino anuncios: plantas petroquímicas, inversiones (con nuevas amenazas: o invierten o…, bien. No hay opción, porque las amenazas que se hacían a Transredes y a las otras empresas del área hidrocarburífera, acabaron en reversión al Estado del control del negocio. Ya no hay con qué amenazar, a menos que se quiera expulsar a Petrobras y a lo que queda de otras subsidiarias. Y no creo que eso ahora pase por la cabeza del Presidente.) Hay que ver entonces otros sectores para saciar el apetito del estado. ¿Las cooperativas cruceñas? Sería un craso error.

Luego vino la segunda parte: “Es importante unir a los bolivianos. Y el voto boliviano es para unir, al oriente y al occidente, y esa unión se hará juntando la Constitución Política del Estado (es decir, el proyecto aprobado por el MAS) con los estatutos autonómicos”. ¿Cómo? Lo dijo muy claro: “respetando las leyes vigentes”. (Ese proyecto es ilegal, pero recordemos que hace sólo unos días decía que sus asesores debían legalizar cualquier medida ilegal que pudiese lanzar).

El tercer elemento de su discurso expresaba respeto por los prefectos ratificados. “Respetaremos su legitimidad”, dijo, y luego convocó “a todos los prefectos de Bolivia a trabajar primero por el bien de todos los bolivianos y a trabajar respetando las normas bolivianas… Quiero convocar a todos los prefectos y todos los alcaldes a sumarse a este proceso (¿Cuál? ¿El de las nuevas nacionalizaciones?). Eso ha pedido el pueblo boliviano con su voto.”

Luego expuso una idea que, de ser llevada a cabo inteligentemente, podría ser un poderoso factor movilizador de los bolivianos: “Hay que empezar a terminar la extrema pobreza…” Y convocó a “la gente solidaria”, personas y empresas, para ejecutar una “revolución democrático-cultural” (sonaba a la China de Mao Tse Tung). En gesto conciliador nombró uno por uno a los nueve departamentos.

Y vino, al final, el cuarto elemento, el que viste a su gobierno: “¡Patria o muerte!”, gritado dos veces, a la cubana. La multitud lo aplaudió y lo vitoreó ensordecedoramente. Para su audiencia, todo estaba claro. Lo que vendría después estaba escrito en las paredes.
Harold Olmos
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