jueves, 9 de octubre de 2008

Un extraño vehículo denominado Unasur… o el zorro en el gallinero

Sudamérica se está encerrando políticamente, sobre sí misma. Cada vez más. Como si no pudiera soportar escuchar voces distintas y, menos aún, opiniones diferentes. Hay dos ejemplos claros, muy recientes, que parecen confirmar lo antedicho.

Primero, el extraño tratamiento regional del incidente fronterizo en el que el eficiente ejército colombiano “diera de baja”, en territorio ecuatoriano, al terrorista Raúl Reyes, quien se desempeñaba como segundo jefe de las FARC, admiradas y sostenidas por Hugo Chávez pese a que cometen, abierta y descaradamente, toda suerte de “crímenes de guerra” contra civiles inocentes, en violación de las Convenciones de Ginebra de 1949, de aplicación directa a los llamados “conflictos armados internos”. Frente a lo que cabe recordar que los “crímenes de guerra” no son otra cosa que “delitos de lesa humanidad” cometidos en tiempos de conflictos armados, ergo imprescriptibles.

En ese conflicto, resuelto en el marco de la OEA, la región decidió ignorar olímpicamente -como si simplemente no existieran- las normas de las Naciones Unidas, incluyendo la Resolución 1373 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que son directamente obligatorias en todos los Estados Miembros desde que han sido dictadas en el marco del Capítulo VII de la Carta.

Segundo, la decisión de “manejar” la crisis de Bolivia por fuera de la OEA, recurriendo para ello a una institución realmente sin experiencia, desde que está “recién nacida”, habiendo sido creada recién en mayo de este año; tan es así, que aún ni siquiera tiene un Secretario General, cargo al que aspira (hasta ahora sin éxito) el ex presidente argentino Néstor Kirchner impulsado -obviamente- por la izquierda radical, que ve en él un “colaborador confiable”. Rodrigo Borja, ex mandatario ecuatoriano, había sido invitado antes a ocupar ese cargo, al que renunció sin asumirlo. Kirchner no tiene, aparentemente, los consensos necesarios. Mejor así.

Me refiero a Unasur, un organismo regional reducido a América del Sur que, por definición, excluye absolutamente del diálogo a voces moderadoras, como las de Canadá, Estados Unidos y México. Como si estos países pertenecieran efectivamente a otro planeta.

Lo de Unasur había ya merecido algunas voces de “alerta”. Por ejemplo, la de Joaquín Fermandois, desde las columnas de El Mercurio de Chile, que tiene dicho que seguir el camino de Unasur “es entregar el peso de la influencia al camino de Chávez, que no ha sido el del Chile de la Concertación. Y, como coronación, se arrojan al basurero la OEA, el TIAR, y las regulaciones tradicionales con las cuales Chile (y otros países también) ha construido sus relaciones vecinales y continentales”. Entre ellos, el principio clave de “no intervención en los asuntos internos de otros estados”, violado abierta y constantemente por Hugo Chávez, como si no fuera de aplicación para él, ni para “su” peculiar Venezuela.

No obstante, la actuación de Unasur en Bolivia, aumenta ciertamente nuestras prevenciones y preocupaciones. En primer lugar, porque la Comisión - presuntamente neutral- que investiga lo sucedido en el departamento de Pando, Bolivia, está presidida por un ex guerrillero que perteneciera al ERP argentino. Adiós a la independencia, el equilibrio, a la imparcialidad y hasta a la neutralidad, entonces. Debe presumirse, en cambio, un favoritismo hacia la izquierda radical, que seguramente quedará reflejado en los hechos, tarde o temprano. Lo que es gravísimo.

En efecto, a estar a las informaciones difundidas por los medios bolivianos, el Presidente de la Comisión Investigadora es “nuestro” Rodolfo Matarollo, un desconocido en materia de experiencia internacional que integró, a comienzos de la década de los 70, el movimiento extremista argentino conocido como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que fuera el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores, de corte trotskista.

Ese movimiento, en sus numerosos y sistemáticos atentados violentos -de todo tipo- violó permanentemente, a lo largo de la década de los 70, las disposiciones de las Convenciones de Ginebra de 1949 que procuran proteger a los civiles inocentes, aunque sus integrantes se beneficiaron luego de una amnistía política que es solamente válida en el ámbito nacional argentino desde que es desconocida por el derecho internacional para el cual los “crímenes de guerra” (delitos de lesa humanidad cometidos en tiempos de conflictos armados, son imperdonables e imprescriptibles. Ese movimiento, recordemos, operaba en conjunto con el ELN boliviano. Con lo que la insólita y mañosa designación podría adquirir el carácter de afrenta a las víctimas inocentes bolivianas que cayeron por la violencia desatada por ese movimiento.

Según escribiera Enrique Gorriarán Merlo, Matarollo formaba, además, parte del llamado “Movimiento Todos por la Patria” que, en 1989, en pleno gobierno democrático de Raúl Alfonsín, protagonizó el audaz ataque al cuartel del regimiento de La Tablada que causó decenas de muertos y heridos. Pese a ello “se recicló” y así, siempre a estar a los medios bolivianos, se transformó en Subsecretario de Derechos Humanos del gobierno de Néstor Kirchner quien -como su esposa- es un notorio “compañero de ruta” de la izquierda radical del continente.

La designación de Matarollo no es casual, obviamente.

A tan extraña movida cabe agregar la conducta equívoca del delegado chileno, Juan Gabriel Valdez, que representaba a Unasur en las negociaciones entre el gobierno de Evo Morales y los Prefectos de los Departamentos del Oriente del país, que hoy encarnan a la oposición al comunismo que Morales pretende implantar en Bolivia. En efecto, Valdez que se mostró “optimista” por el resultado del complejo diálogo entre los bolivianos (que terminó, como todos los anteriores esfuerzos, en nada) no concurrió a la reunión convocada el viernes pasado por los Prefectos que conforman el Consejo Nacional Democrático (Conalde) con las instituciones internacionales observadora del diálogo. Allí Mario Cossío informó, por más de tres horas, su versión del avance logrado y de los obstáculos que aún debían superarse. A Valdez aparentemente esto no le interesaba. A la reunión concurrieron, pese a todo, las Naciones Unidas, la OEA, la Unión Europea, la Iglesia Católica y las iglesias metodista y evangelista. Llamativo, por demás.

Particularmente cuando quien hizo un angustioso llamado a “ceder posiciones” y dialogar no fue Valdez, sino la coordinadora residente de las Naciones Unidas, Yoriko Yasukawa, que además instó, correcta y oportunamente, a ambas partes, a no seguir el camino equivocado de la confrontación. El 65% de los bolivianos se pronuncia por el diálogo y los acuerdos; esto es, rechaza la intransigencia. Una lástima (bien sugestiva) el silencio de Valdez. No nos sorprende, sin embargo.

Ante todo lo que acabamos de comentar, cabe preguntarse acerca de por qué nuestros gobiernos han “generado” ahora a Unasur. Dada la inexperiencia de la institución, esto supone necesariamente usar la especulación.

En primer lugar, es posible que Brasil haya pretendido así crear su propio “espacio de influencia” -cerradito y cautivo- donde su presencia (por peso y gravitación propios) sea necesariamente excluyente, hasta en materia de seguridad respecto de México y de los Estados Unidos. Aunque a costa de correr, al menos, dos serios riesgos.

El primero de ellos es el de “agrandar” a un ya insoportable Hugo Chávez, que asumió de inmediato el rol de ruidoso “interlocutor natural” de Brasil y el de “co-líder” de la región. Un precio muy caro. Particularmente cuando lo cierto es que el púlpito que la Argentina pretendiera originalmente abrirle, el del MERCOSUR, permanece cerrado, porque los parlamentos de Brasil y Paraguay no han aún aprobado su ingreso. El referido fracaso argentino se suma al esfuerzo (también fallido) de los Kirchner de lograr obtener para Chávez un asiento no-permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que terminó siendo rechazado como cabía esperar, por la comunidad internacional, que “no come vidrio”.

El segundo riesgo es el de agrupar -con frecuencia- a todos los demás países de la región en la vereda de enfrente a la del Brasil, que es -y se cree- el más grande de los que se perciben como pares.

Además, no es imposible que los países con gobiernos de izquierda hayan así pretendido crear un ámbito en el cual su visión -no necesariamente unitaria- resuene fuerte. Particularmente cuando se ha logrado “alejar” a México de nuestro entorno. Aunque la regla del “andar conjunto” sea la del consenso, el ruido siempre aturde un poco. Hasta a los más cuerdos. Mal que nos pese.

Unasur ha sido hasta ahora alarmantemente aislacionista y demasiado condescendiente con Hugo Chávez. No ha defendido la “Carta Democrática” de la OEA, haciendo la vista gorda a la tarea “chavista” de demolición sistemática de las estructuras democráticas de su propio país; ni el principio de “no-intervención en los asuntos internos de otros Estados”; ni la vigencia de las libertades civiles y políticas en la región; consolidando así -como consecuencia- un ámbito en el que el caribeño cree tener “patente de corso”, porque sabe bien que tiene -en el espacio reducido de Unasur- no solo socios, sino “compañeros de ruta”, que se lo permitirán.

Como si eso fuera poco, Unasur servirá seguramente de biombo para disimular la dictadura cubana y apoyarla cuando, desde otros ámbitos, se le reclame la vigencia de las libertades esenciales que su pueblo ha extraviado, desde hace décadas.

Serio, por demás. Y, en esto, la “función” recién empieza. El fallido intento conciliatorio, respecto del conflicto boliviano es un mal primer paso para Unasur. Como “acta de nacimiento”, muy pobre actuación, por ineficaz y sesgada.
Emilio J. Cárdenas
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