viernes, 8 de agosto de 2008

Bolivia en la encrucijada

Muchos bolivianos olvidamos nuestra dramática Historia. Parece que esto es producto de un mecanismo de defensa: no queremos pensar en la constante dolorosa de episodios violentos que siempre fueron el resultado de los intentos de imposición para sojuzgar a la ciudadanía en nombre de proyectos mesiánicos.

Es corriente escuchar que el país muchas veces se acercó al borde del abismo y que, a último momento, se dio el acuerdo salvador, dictado por el afán de supervivencia nacional. Esto, que es cierto, es la mitad de la historia, porque también muchas veces, casi deseándolo, caímos en el abismo de la violencia fraticida, con una dolorosa secuela de muertes y destrucción.

Frecuentemente las incitativas sectarias inflaman las pasiones. No se atiende razones y, menos aún, se da la grandeza de las cesiones mutuas para lograr el entendimiento y la concertación. Entonces es cuando y se desata la tragedia que, para los bolivianos, es un calvario recurrente.

Ahora, se reedita una empecinada escalada, y suben las tensiones: Se advierte el peligro en la soberbia, en las amenazas, en la distorsión de las reglas de la democracia, en los aprestos para acciones violentas y en la negativa cerrada a considerar que en todos puede haber una parte de razón y que esas partes unidas en un todo, pueden conducir a la solución de los problemas nacionales que, ciertamente, son graves.

¿Habrá ánimo y decisión de detener esta nueva marcha hacia el abismo?

Lamentablemente, las muestras de empecinamiento parten de un gobierno ensoberbecido que se empeña en imponer, en sojuzgar, en destruir a los que disienten y a los que proponen caminos distintos. El propio presidente Morales acaba de inflamar aún más los ánimos belicosos de sus seguidores con una bravuconada: “Cuando aparece un opositor quiero destrozarlo” (La Razón, 1 de agosto de 2008). Esto, por supuesto, coincide con su al afirmación que sus abogados deben legalizar sus reconocidas ilegalidades, en alarde de desprecio por la ley.

Pero la soberbia y el empecinamiento no suelen ser buenos consejeros a la hora de decidir. Menos aún cuando hay el insano empeño de consagrar ilegalidades y absurdos, como el referendo revocatorio del próximo 10 de agosto que quiebra la esencia de la democracia. Tampoco es buena señal la ostensible prepotencia: “se acata la ley como está” es la advertencia; claro, con una fórmula tramposa favorable para el presidente y con señales anticipadas de fraude. El apego del oficialismo a la ley, sólo se da cuando le es beneficiosa y le garantiza con mañosos procedimientos el éxito electoral, así esa ley sea inconstitucional e injusta.

Es general la opinión de que este malhadado referendo, engendro común del oficialismo y de una parte de la oposición, no cambiará nada. Seguirá la pugna entre el centralismo y las regiones, continuarán los esfuerzos del gobierno por ahogar económicamente a los prefectos (gobernadores de departamentos) opositores que sean ratificados (se prevé que cuatro opositores lo serán). Así, se nos acercará, cada vez más, al abismo del enfrentamiento.

Cuando se presenta tan dramático escenario, la libertad sólo se salva con el desprendimiento y la democracia con la concertación. Pero, a esto no contribuye el populismo en el poder, cuyo argumento es la sinrazón del insulto y las amenazas de sus personeros y de los dirigentes de sus huestes, siempre dispuestos a la agresión; todo con un cínico desprecio a la legalidad y a la continuidad institucional.

Cuando vienen estos temores y se avizoran tempestades, siempre tenemos el deseo de estar equivocado.

Fuente: uruguayinforme.com
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