La batalla de los referendos revocatorios celebrados en Bolivia no la han ganado ni Evo Morales ni los gobernadores opositores: la han perdido los bolivianos, llevados entre todos a un disparadero. Lejos de aclarar la situación, las votaciones del pasado domingo sólo han servido para complicarla aún más. El país ha profundizado en sus divisiones. Nada ha cambiado, y si lo ha hecho, ha sido para peor. Evo Morales puede llegar a pensar que ha salido bien parado de esta prueba, lo mismo que sus adversarios autonomistas, pero todos se equivocan por contribuir a hacer el país un poco más ingobernable.
Los gestos plebiscitarios -que convierten a unos en adeptos y a los demás en adversarios- son un arma muy peligrosa en política y, desde luego, están claramente contraindicados para dirimir cuestiones que dividen en dos a la sociedad. Lo que Bolivia necesitaba -y por desgracia sigue necesitando, ahora más que nunca- es un gobernante que busque conciliar todas las sensibilidades que conviven en aquel país y no imponer una ideología social-indigenista por encima de todo sentido común.
Evo Morales ha jugado hasta ahora con el Estado de Derecho, no le ha importado reconocer que en ocasiones ha tomado medidas ilegales a sabiendas y ahora cree que este referéndum lo legitima para imponer una Constitución aprobada en un cuartel y en ausencia de cualquier representación disidente. Si hiciera eso, estaría dando argumentos para que los gobernadores de la llamada «media luna» de las regiones más prósperas del país siguiesen adelante por el peligroso camino de la disgregación, en el que aplican las mismas reglas plebiscitarias que él utiliza en el conjunto del país.
Si se confirmase a través del resultado del referéndum que los votantes de esas regiones han expresado claramente su desapego y rechazo hacia Morales, este experimento le habría dejado además en una situación muy delicada, a él y a la institución que representa. Lejos de ser una expresión democrática, consultas como las que se han llevado a cabo en Bolivia este pasado fin de semana sirven sólo para socavar las instituciones en un país que está necesitado de estabilidad y de políticas de convergencia.
Los planes que propone Morales son erróneos y perniciosos para Bolivia, pero eso no es tan grave como el hecho de que pretenda imponerlas en contra del criterio de una parte muy importante de la sociedad. Los opositores invocan un supuesto derecho de autonomía autoatribuido, para tratar de combatir a un Gobierno que no les tiene en cuenta, pero, haciéndolo también sin reglas ni consenso, están minando la estabilidad de las instituciones. Por desgracia, no es posible vislumbrar un futuro despejado para Bolivia, sino, más bien, un horizonte lleno de nubarrones.
Fuente: abc.es
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